sábado, 23 de enero de 2010

.Radiocosas Quinta Edición: Los muertos de aquí.


La gente viva no se muere igual en todas partes. La gente viva de aquí es violenta desde chiquita, por eso desde que son niños se empiezan a morir. Y mueren con horror en la cara, se mueren bien muertos, los muertos de aquí.
En las noticias informan de la muerte de un niño de 10 años, que encontraron en el lago Gatún a unos 40 minutos de la ciudad de Colón. Lo encontraron bien muerto, bien ahogado y sin güevas. A los tres días cogen a dos muchachitos de 12 años, que ya no van a la escuela, que cargan navaja y fierro y que mataron al de 10. En las noticias se cuidaron de no decir por qué, incluso después de haber mostrado el cadáver putrefacto del muchachito de 10 años al que después de torturarlo, estos dos diablitos de 12, lo tiraron al agua. La cara del infante difunto no la mostraron. Lo que es la prensa.
Melanie, de 11 años me pregunta si yo sé pelear y como yo no sé pelear le digo que no. Abre los ojos, los abre mucho y me pregunta que cómo así, que entonces yo qué voy a hacer si algún día alguien viene y me pega. Para ella es normal: 1. Que alguien venga y le pegue, 2. Que ella sepa pelear para poder defenderse. Momentos después me veo a mí hablándole a Melanie del diálogo, de la paz, de la gente que sale adelante sin pelear y mientras voy hablándole a esta pelaíta de 11 años, hay otros 3 infantes debatiéndose a muerte en el lago Gatún. Melanie, aquí tiene que saber defenderse. Qué bueno que supo cómo zafarse del hermano de su mejor amiga cuando intentó robarle 3 dólares que tenía, qué bueno que supo cómo huir del muchachito de 14 años que la pretende y se la quiere comer sin más ni más a como dé lugar. Qué bueno que Melanie sabe peliá, yo no duraría un minuto en Colón. Desisto de mi catequesis. El mundo es una mierda donde sea y a Melanie le toca saber peliar, pero qué bueno sería que leyera también.
Como en Colón a parte de los colonenses viven árabes, hindús, chinos, italianos y colombianos y como todos trafican algo, se mueren también en Colón. Y cuando aparece un muerto es fácil identificar la nacionalidad del autor solo con observar brevemente la escena del crimen.
Por ejemplo, si es un joven panameño de 23 años que trabaja en la aduana y muere decapitado en su carro a tres cuadras de su casa, la gente sabe que algún enredo tenía con los chinos y ellos lo mataron porque la semana pasada cogieron un cargamento gigante de heroína que provenía del lejano oriente y que llevaba como destino cualquier costa gringa. La teoría se confirma en el momento en el que después de 2 meses de investigación, la cabeza no aparece. Y la cabeza jamás va a aparecer, fueron los chinos los que lo mataron y ellos son así.
En cambio, si aparecen tres puticas muertas en una acera con señales de haber sido violentadas, violadas, golpeadas y/o torturadas y conservan intactos los 2000 dólares en efectivo que carga cada una y sus finas joyas, la gente sabe que los que las mataron fueron los italianos, esa gente tiene mucha plata y no buscaban a las puticas para robarlas. La gente también reconoce a los italianos por guardar las armas que trafican en los burdeles de la ciudad. Entonces, Tres putas + mil armas encaletadas en el burdel en el que trabajan + carteles que anuncian dos mil dólares de recompensa por información valiosa + tres capos italianos encanados y prestos para ser extraditados... No tiene pierde, los italianos que se salvaron de la cana no son bobos, las muchachas sí y por eso las mataron, por sapas.
Si después aparece muerto a bala un italiano que oscile entre los 18 y 30 años, sin plata, sin ropa y sin joyas. Limpio y empelota. Uno sabe que lo mataron los colombianos, de seguro alguna de las puticas muertas era familiar, o conocida, o amante, novia o simplemente una honrada compatriota. Y los colombianos todos se vuelven hermanos en el exterior. Mafioso filial, defiende a la familia y se echa de enemigo a tres generaciones de italianos. Y éste como es más vivo, aunque está picho de plata, igual le roba todo al italiano, no faltaba más. Papaya ponida, el orden normal.

Aquí los edificios están separados por el alley o callejón. Los edificios se diseñaron así para que tuvieran más de una puerta de ingreso, pero entre edificio y edificio nadie podría transitar, por la cantidad de basura que hay. Y bota de todo, esta gente. Como algunos edificios tienen solo un baño por piso y en cada piso fácilmente pueden haber 15 familias viviendo en 15 habitaciones de 3mt x 3mt, y nadie está exento de una emergencia sanitaria cualquiera a las 3 ó 5 de la mañana, cagan en bolsitas plásticas y cuidadosamente le hacen un nudito a la bolsita y como si la ventana fuera un shut de basura, la tiran al alley. Con tan mala suerte que al caer, el nudito no impide en absoluto, que la bolsa se rompa.
Pero no es solo mierda lo que tiran por el shut. Una vez en un periodo de 3 meses encontraron 7 fetos metidos en bolsas de basura. Iniciaron investigaciones y encontraron a una señora, fumadora compulsiva, vulgar compulsiva, gorda compulsiva, sumamente repulsiva, que hacía las veces de partera prematura y atendía su negocio de abortos en un Multi cerca al Mc Donalls de calle 12.
Por la noche los gatos salen a recorrer los techos, dan una vuelta, juegan, procrean, gritan y maúllan. Suenan como bebés. Como el alarido de un bebé. Entonces, no sería raro, que a uno lo cogiera desprevenido el alma en pena de un bebé en cualquier alley o callejón. Porque aquí no solo esa vez de los 7 fetos, sino muchas otras veces encontraron varios fetos por ahí tirados.

En estos casos a la gente no le queda duda, ese muerto era colonense, lo que no van a saber es si iba a ser músico famoso, campeón mundial de lucha o atletismo o boxeo, pandillero reconocido o medio mando, policía o tirano vividor.

Y de la asesina, lo que se sabe con certeza es que era una mujer desesperada y poco importa si era hindú, árabe, china, italiana o colombiana u oriunda de Colón.




Enero de 2010.

Colón, República de Panamá.

viernes, 22 de enero de 2010

Todo Bien.

Y me vengo para acá.
Donde casualmente comienza y termina todo.
Donde olvido mientras recuerdo, y finalmente se me olvida por qué es que me dolía tanto eso que traje para olvidar. Y luego no solo olvido por qué es que me dolía tanto eso que traje para olvidar, sino que verdaderamente se me olvida eso que traje para olvidar.
Entonces sale el sol, y los días son más limpios y yo me siento más liviana. Y voy a la playa y floto en el mar y juego con arena y me insolo y como cangrejo y pulpo y calamar. Y camino por las noches y manejo por la tarde y tomo sopa, me suelto el pelo, me río más y más duro, hablo más, escucho más, la abrazo y me abraza por todo y por nada. Y en la televisión veo novelas, las entiendo, las disfruto y me emociono con sus dramas y veo programas de Univisión, que son de lo mejor de la tarde.
Y todo está bien. Y se me olvida, sí. Sí que se me olvida eso que tanto dolió. Sí que se me olvida por qué era que me dolía el pecho como tan de verdad si todo eso fue siempre tan de mentiras.

martes, 5 de enero de 2010

Tres relaticos en los que lo que pasa, en realidad no pasó.


1.
Él y Ella.

Sí sabía que no todo lo que vendía esa señora era sano. Con eso y todo se acercó necesitado y sigiloso, le habló por detrás de las orejas, más coqueto de lo que alguien de su edad lo haría. Bajito, por el piso iba la voz en un susurro directo y locuaz que estremeció hasta el vestido de estampado de flores azules con centro rojo de esta señora que se decepcionó un poco cuando se volteó y vio que el progenitor de las palabras dignas de su palidecer era un pelaíto con ganas de trabarse. De similar tamaño fue la decepción del jovencito cuando vio el rostro cuarentón propietario de esas curvas veinteañeras.
Los dos cuando se ven frente a frente no se esmeran por disimular la decepción unánime que los une ahora. El diálogo antes de empezar ya significa una tortuosa labor para estos que pudieron haber sido novios si hubieran nacido el mismo año, vivido en el mismo barrio, parchado con la misma gente. Independientemente de que hubieran crecido al ritmo de Pastor López o de Blink 182.
Durante una pausa astral que bien puede durar una eternidad, se besan. Se amarran en una conversación en la que ninguno tiene escapatoria porque los une el amor incondicional y feroz que no necesita ser expresado porque como no están parpadeando, cada uno ve ese amor como recorre todo el cuerpo, hasta las pequeñas venitas de los ojos de ambos. Y aunque tratan, no se pueden esconder y entonces se aman profundamente en esa micropausa interminable y después de tanto amor, empiezan a odiarse. El uno no le puede perdonar a la otra que sea tan vieja. La otra no le perdona al joven que sea tan inexperto. Y se reprochan con las miradas que cada quien no pueda renunciar a las cosas innatas impresas en sus pupilas y se insultan y hasta se odian como asegura ella con su acentico apaisado que del odio al amor hay un solo paso y se odian como asegura él con su acentico apaisado empresarial que hay viejas más chimbas que ella. Y entonces la pausa austral los suelta en la mitad de San Juan con la setenta y los obliga a hablar y a despedirse para siempre:
-Vende armados?- Dice él.
-Cuántos?- Responde ella, sin dejar de verle los ojos.
- Tres. Cuánto es? Sin quitarle los ojos él a ella.
- Cuatromilquinientos.- Ella con la vista fija.
Y entonces él rompe la conexión que hubo. Baja la mirada y saca de su billetera un billete de cinco mil. Se lo entrega, recibe lo pactado y se aleja para siempre dejándola con las florecitas marchitas del vestido. Ella lo ve alejarse y sabe que lo va a odiar para siempre.

2.
Ella y Él.

Me gusta ese relato, ese que me contaste la otra vez bajo un árbol en donde nos sentamos para que nos cobijara su sombra, al que se le cayeron las hojas con una brisa muy fuerte que sopló.Te acordás que el viento se llevó mi sombrero y vos corriste toda la tarde intentando atraparlo? Y que luego de otro rato yo te dije que no corrieras más porque te ibas a cansar y la comida que yo había preparado para nuestra tarde de picnic se iba a cansar de tanto esperar, y aunque a mí me encantaba verte correr en contra luz te sentaste porque siempre me hacés caso cuando hablo con voz de mamá?-
¿No?
Pero cómo es posible que no te acuerdes de esa bella tarde. Si me dijiste viéndome a los ojos que no te perdonabas el no haberme conocido antes y así haber evitado que te casaras con esa zarrapastrosa –sí, zarrapastrosa dijiste- y entonces poder no vernos a escondidas sino en público y salir al cine y a los parques como los que se aman y se besan en público y que también dijiste cómo me llevarías a tu casa para presentarme a tus papás y cómo ellos me amarían porque siempre quisieron tener una hija de pelo rizado, pero después- y con esa risita juguetona que tanto amé de ti- me hiciste prometerte que me alisaría el pelo para las ocasiones especiales solo para ser la envidia de las demás primas tuyas que reaccionarían al ver cómo lo tengo de largo.
¿Cómo que no te acordás?
Pero si eso fue apenas la semana pasada, cuando llegaste de ese viaje tan largo al que te ibas a ir no sin antes despedirte de mí en una noche de fiesta en la que bailamos salsa, tomamos vino, nos reímos muy duro y fuimos a tu casa para dormir, pero no dormimos nada porque te enfermaste con esas donas que comimos al llegar y entonces yo te cuidé y te sobé la frente hasta que te dormiste.Increíble. No te creo, yo no te creo que no te acordés.
3.
Ella Sola.
Si se pregunta qué estoy haciendo aquí, le diré lo que ya sabe. Pero se lo diré porque, más que nadie, yo sé que le gusta que le repitan las cosas hasta tres o cuatro veces. Más que nadie sé que le gusta que le repitan las cosas tres o cuatro veces, porque en la gran mayoría de situaciones, usted está fijándose en la ropa, el acento, las mañas y cuanto detalle sutil no se escape de su concienzudo escrutinio al establecer una comunicación con un hablante cualquiera.
Pero óigame muy bien y ponga mucho cuidado. No me evalúe con tanta cautela y no pierda tiempo en nimiedades como el vestir, siempre fui sincera y en mi apariencia no encontrará más de todo lo que de mí ya sabe, porque –básicamente- nunca le mentí.
En cambio, fíjese muy bien en lo que va a decir, de qué modo moverá sus manos, a cuál horizonte mirará cuando configure sus mentiras y seleccione muy bien sus gestos porque si algo aprendí de usted, es a fijarme en los detalles y esta vez voy a desenmascararlo y no tendré piedad.

domingo, 3 de enero de 2010

Escenas previas al último respiro de cordura.



Y mirá que anoche soñé que se me dañaba la cámara. Se le desbarataba el lente. O un anillo que amarraba el lente. Y que el lente no era uno sino que eran varios, como 5. Eran lentes delgados, como lupas y como se soltó el anillo que los amarraba, se juntaban todos los bordes de esas lupas y se veían en las fotos que uno tomaba... Más raro.
También soñé que estaba como en una fiesta y estábamos todos los amigos pasándola bien y llegó un grupito de amigos de un amigo mío y ellos sí eran como muy decadenticos. Como muy de bromas pesadas y comentarios malucos y aparte se reían muy duro… en fin. Yo me parché con ellos y tenía la cámara al cuello y cuando la conversación murió yo empecé a examinar la cámara a ver si la podía arreglar y uno de ellos se me sienta al lado a mirar yo qué estoy haciendo y al rato, como a los quince minutos, me pregunta que dónde compré ese lente. Vino con la cámara, le digo. Y me dice él: Ah, ese lente es una chimba. Dejáme yo veo. Y entonces cuando le entrego la cámara suelta una carcajada y la tira por los aires a uno que está de espaldas al otro lado del cuarto y se voltea en el momento justo para recibir la cámara y entonces la coge en el aire, la examina y dice: No, por esto no nos dan pero nada. Mírele ese lente como lo está.
Yo que me las huelo en el aire y que siempre estoy pensando lo peor, ato los cabos mentalmente y en el acto sé: que esa gente maluca vino a cagarnos el parche y a robarme la cámara para venderla, por ahí derecho. Y a la velocidad del rayo cruzo miradas con una pelada de la gallada maluca que de inmediato sabe que yo descubrí los planes de la manada. Y entonces muy oronda, muy dueña de la palabra, muy dueña del pedacito itinerante por el que pasa y de todo el recinto, se levanta del puff rojo en el que ha estado echada toda la velada y con todo y sus crespos cortos, su piel morena, sus ojos grandes, sus curvas acaloradas, su tatuaje en la espalda y su voz ronca, articula lo que para mí es la más profunda humillación: Hey devolvele la camarita a la polla que está que llora.
Y mientras yo me derrito de la pena, se forma una carcajada general que va en un evidente y ensayado crescendo de burla grupal que se extiende por dos o tres minutos y termina con suspiros de dolor en el vientre de las chicas y groserías de los chicos. Luego de una brevísima pausa, la amazona humilladora se acerca al de los sensores en la espalda y con un jueguito en el que se acerca toda ella a todo él, le arrebata la cámara, se voltea y lo empuja hacia atrás con un leve –levísimo- movimiento del culo. Se dirige hacia mí y me clava los ojotes negros y a mí me invade el temor, porque esa vieja es una bruja y ella sabe que yo sé de su verdadera identidad. Entonces se ubica como a treinta centímetros frente a mí y me entrega la cámara con un golpe seco que yo amortiguo en el pecho y me dice con la misma voz ronca y segura de que todos la oyen a pesar de que ha bajado el volumen de la voz: tenga su camarita, pa que no chille.
Entonces, yo cojo la cámara con las dos manos y no le quito los ojos a los ojotes de ella, que se voltea con la misma parsimonia con la que se acercó y se aleja para sentarse en el puff rojo de la esquina.
Luego de esto, laguna sueñal. Pasan varias cosas, pero no pasa nada. Yo como que pude salir a donde estaba el resto de la gente y recriminarle a mi amigo, amigo de la gallada maluca, por qué los invitó o bien pude quedarme adentro tratando de arreglar la cámara o pude haberme despertado y haber ido a hacer chichí. No sé qué pasó. El caso es que cuando seguí soñando yo estaba otra vez en la salita con los de la gallada maluca, pero ya había como entrado en confianza con algunos de ellos. Y bueno, estábamos ahí en el relajo general, la música sonando, algunos bailaban y así, cuando pasa uno de rastas (que había estado conversando con la amazona un montón de rato) con una bandeja como con quince jeringas, diez bolsitas con un polvo amarilloso, cinco cucharas, tres candelas y un paquete de Marlboro rojo. Se para en la mitad de la sala y los trece integrantes de la gallada maluca –incluída la amazona- lo miran como perros desnutridos ante un opulento banquete canino, babeándose y temblando; se aclara la voz y dice: Bueno mis amores. Aquí les traje este regalito. Hache pal que quiera y Marlboro pal que no quiera Hache.
La gallada dura en un micro letargo en el que rápidamente se establece quién se shutea primero, quién después y quién va por los cigarros y luego de la distribución mental de los turnos y sincronizados como hormigas, empiezan sus labores de inyección. Caen los primeros cinco al suelo, extasiados, plácidos, con la vista fija en un punto que no es de este mundo; cuando la amazona se acerca a la bandeja para prepararse su jeringuita. Dice con la misma propiedad sobre cada palabra que concibe: a la pelaíta, sí a la fotógrafa, ofrézcamele malborito, que vea como puso los ojitos con todo este circo. Algo pasa. En esta ocasión no todos la oyen y no todos se ríen, porque unos ya están en otro mundo y otros aunque siguen en este, se nota que son de los que no siempre le celebran las burlas a la amazonita, a la que le perdí temor luego de verla toda babeada cuando el de rastas llegó con la heroína.
Entonces yo me paro de la butaquita en la que estoy sentada y me acerco a ella, más bien a la bandeja y cojo una de las candelas que nadie ha utilizado aún, para prender el cigarrillo que saco del medio paquete de Marlboro rojo que tengo en el bolsillo de atrás. La miro a los ojos –ya de tamaño normal- mientras prendo el cigarro y le digo: Mis malboritos los compro yo. Pero ella ya no me escucha, la mirada se le quiebra en treinta y cae al abismo orgasmal en el que la espera el resto de la gallada maluca.
Miro alrededor y todos están en una laguna virtual, moviendo pies y manos al son de una canción inaudible. Me fumo el cigarro de pie, en la mitad de todos esos cadáveres y noto que las cenizas están cayendo en la cara de la amazona. Me acabo el cigarro y me voy para afuera, donde el ambiente es más festivo.
Luego, algo pasa y me voy para adentro, pero esta vez con un amigo de otro amigo. Yo me voy para el baño y cuando salgo veo a este man con dos jeringuitas de Hache, listicas para ser engullidas. En tres milisegundos tengo al individuo éste apuñalándome en el cuello y estripando todo el contenido de la jeringuilla en mí.
Yo con los ojos muy abiertos, camino tropezando hasta afuera donde está Luis, mi mejor amigo. Llego donde él y lo abrazo y entonces siento un palazo detrás de las rodillas que me tira al piso y me llevo a Luis conmigo al suelo y él sin saber qué pasa, nervioso y con la vista clavada en mis ojos, me pregunta: Marica! ¿Qué te pasó? -mientras trata de levantarme. Y yo con la voz entrecortada le digo: Esa gente me chuzó, algo me metieron y me siento muy rara. Lúi, ayudame, Güevón. Él me abraza, me dice que tranquila y yo que sentía tanto miedo, por lo escabroso de la puñalada, por verme en medio de la decadencia de la gallada maluca, fastidiada por el olor a tabaco en mis dedos y mi en mi boca y en mi pelo; yo que tenía tanto miedo, me desplomo completa sobre el suelo y caigo en una nube rosada con la boca llena de algodón de azúcar, con dos bolas de plastilina amarilla –una en cada mano- que apreté por completo, con el sabor del vino en la boca y con los mil orgasmos simultáneos de los que tanto hablan.
Después de un rato, pienso que morí. Y después de otro rato me acuerdo que estoy soñando y en el mismo sueño, con el último respiro de cordura, pienso para mis adentros: juepucha, qué sueño más raro.

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